Por Paula Jansen.
¿Nos tratamos tan bien como tratamos a nuestros amigos y a nuestra familia? ¿Somos tan amables con nosotros como con los demás? Son preguntas que abren espacios para explorar la relación de cada uno con sí mismo.
El mes pasado, mientras escribía un artículo sobre la importancia de ser amables con los demás, me encontré preguntándome ¿y por casa cómo andamos? ¿Me trato con amabilidad?
Generalmente soy mucho más dura con mi persona que con los otros. Me exijo más, me juzgo, no me comprendo. No aplico la misma compasión hacia mí que hacia el resto de los seres vivientes. Y en esto no soy nada original: no practicar la autocompasión es algo que se repite a diario en las diferentes historias que escucho en el consultorio. Nos es mucho más fácil ser comprensivos con nuestros amigos y familiares que con nosotros mismos.
Cuántas veces damos un consejo a alguien y lo invitamos a no ser duro, a no juzgarse, a comprenderse en la totalidad de la situación. Cuántas veces decimos cosas como “¿Qué podías hacer? No tenías otra opción, no te culpes…”. Pero lejos estamos de aplicar esos consejos con nosotros mismos. Muy por el contrario: nuestros pensamientos rumiantes son más de la índole de juzgarnos, culparnos, no perdonarnos. Tenemos tendencia a criticarnos más de lo que nos elogiamos.
¿Cómo revertirlo?
Para empezar a tener autocompasión, primero tenemos que aceptarnos como humanos, con nuestras imperfecciones y defectos. Pero esa es una difícil tarea. Tarea que requiere reflexión y humildad. Tarea que requiere que seamos conscientes de que —como los otros— nosotros también somos seres vulnerables.
Y en vez de mostrar esa vulnerabilidad naturalmente humana, por lo general mostramos corazas, fortalezas que nos alejan del verdadero sentir.
¿Por qué nos cuesta tanto ser autocompasivos?
Kristin Neff —pionera en estudiar la autocompasión, en la Universidad de Texas— encontró que una de las razones de ser poco autocompasivo tiene que ver con el miedo de volverse indulgente con uno mismo. Creyendo así que la autocrítica nos aporta la disciplina necesaria para avanzar en la vida. También estas creencias están reforzadas por la cultura: si no nos culpamos y castigamos, corremos el riesgo de ser “blandos” con nosotros. Por lo cual, desde lo cultural está más facilitado culparnos que tratarnos con amabilidad. O sea que la autocompasión no nos está favorecida por la sociedad, es algo que tenemos que aprender a cultivar conscientemente.
¿Qué es la autocompasión?
La autocompasión es darnos a nosotros mismos —cuando sufrimos— igual cuidado al que damos a los demás cuando tenemos compasión. Es poder acercarnos a nuestros sentimientos con aceptación y apertura. Es aceptar nuestra condición de imperfectos.
Debemos aceptar nuestros defectos para ganar la humildad necesaria, aprender de los errores y volver a intentarlo. La autocompasión es ser testigos del propio dolor, y responder con amabilidad y comprensión.
La autocompasión no debe confundirse con la autoindulgencia o con estar al servicio de los propios intereses, o simplemente con ser egoísta. Muy por el contrario, cuando logro ser buena conmigo tengo más posibilidad de abrir esa bondad a los otros.
La autocompasión —según Kristin Neff— nos invita a abrazar todas las situaciones de la vida con calidez y ternura, a reconocer en un abrazo la humanidad compartida. Esto significa reconocernos, junto con todos los seres del planeta, como individuos imperfectos y con las mismas posibilidades de encontrarnos con situaciones desafortunadas. Esto nos recuerda que en la condición humana hay sufrimiento, y que frente a esto somos todos iguales.
A todos en distintos momentos nos toca pasar por situaciones difíciles, el tema es cómo las afrontamos. Podemos tener a un aliado o a un enemigo en nuestro interior. Y según a quién tengamos internamente, será la actitud con la que enfrentemos las vicisitudes de la vida.
Es muy importante que tomemos en cuenta qué tan amables somos con nosotros: nuestro bienestar depende mucho de cómo nos tratamos, de qué nos decimos.
No sumemos más tristezas —con críticas, autorreproches, culpas— a lo que la vida ya tiene. No nos neguemos una caricia tierna cuando más la necesitamos. La autocompasión es un camino para aliviar el sufrimiento humano.
¿Por qué no empezar por uno mismo?