La felicidad, una trampa

persona alegre en naturaleza

Por Paula Jansen.

Cuántas veces hemos oído “No tenés que llorar” o “No tenés que tener miedo”. Desde chiquitos nos enseñan a evitar las emociones dolorosas y a luchar contra los sentimientos negativos, como si estos fuesen enemigos. Y, muy por el contrario, son una parte importante de nuestras vidas. Se dice “No tenés que estar triste”, pero nadie dice “No tenés que estar alegre”. ¿Por qué discriminan así a algunas emociones? Si me sucede algo triste, no puedo más que estar triste. Y merezco vivir esa tristeza, habitarla, hacerla propia. Aceptar lo que sucede, sabiendo que tanto lo ‘bueno’ como lo ‘malo’ pasarán. Sabiendo que todo es impermanente.

Nos han determinado culturalmente a estar bien, a sentirnos enérgicos, a tener buenos pensamientos. Los medios de comunicación —sobre todo, las publicidades— muestran todo el tiempo ese mensaje: nos hacen creer, por ejemplo, que una gaseosa, un teléfono, una cerveza, un auto o un perfume nos traerán la tan ansiada ‘felicidad’. Nos hacen creer que el ‘éxito’ es adquirir algo, hacer, tener.

Eso es un gran engaño. La felicidad está más cerca del ser que del tener. Claro que el ser no tiene mucho rédito: cuando uno cultiva su ser, no necesita un teléfono en particular ni un auto determinado. Cuando logramos estar en sintonía con nuestro ser, necesitamos muy pocas cosas y nos sentimos más satisfechos con nuestra vida. 

Tal vez podamos estar más atentos a la trampa de La Felicidad, si comprendemos que la insatisfacción humana es el anzuelo perfecto para el consumo. Es simple, las empresas se aprovechan de esa insatisfacción o disgusto de los seres humanos con la vida —ya sea a nivel físico, emocional o relacional—, y nos hacen creer que  la solución está en un bien particular: el último modelo de celular, una cerveza, un auto. Generan la ilusión de que esos objetos nos harán felices, nos traerán alivio, nos harán exitosos. Y nosotros compramos. Y al rato de comprar ya estamos con otra necesidad insatisfecha, y así eternamente. Cada vez más lejos de la felicidad tan esperada. 
Es más, La Felicidad como una entidad continua no existe, también es un engaño. Hay momentos de felicidad, claro, pero siempre están entretejidos con momentos tristes.  

El problema es que el miedo, la ansiedad, la tristeza y la soledad no venden, no convocan, no tienen marketing ni publicidad. Y cuando sentimos miedo pensamos que está mal, que es algo ‘malo’, que vinimos a este mundo sólo a sentirnos bien. Pero en el vivir cotidiano —no en el ficticio-publicitario— hay muchas cosas que nos preocupan, nos duelen, nos dan miedo. 

Para mí fue muy gráfica la película de Disney Intensamente, donde se muestra  el interior del cerebro de una niña y cómo funcionan sus emociones básicas. Cada emoción está representada por distintos personajes y tiene una función vital en la vida. Y son todas importantes y fundamentales para la supervivencia. Si todavía no vieron la película, la recomiendo. 

Vivimos escapando de las emociones mal llamadas ‘negativas’, evitando el dolor y la tristeza. Tapamos las angustias con compras, hacemos cosas sin parar, consumimos lo que nos quieren vender; pero no nos damos cuenta de que en un momento de tristeza comprar un objeto deseado sólo puede calmar la angustia por un rato. Y a largo plazo, el dolor, la tristeza y la angustia nos alcanzan, muchas veces de forma disfrazada, en una enfermedad física o psíquica, en ansiedad, en depresión. 

Tanto la tristeza como la alegría son partes constitutivas del ser humano. Y muchas veces tenemos la idea de que sólo estaremos felices el día que ‘todo esté bien’ y  tengamos ‘pensamientos buenos’ y tengamos el mejor celular o el auto más caro.  O sea, nunca. Una verdadera trampa mortal, un túnel sin salida. Nunca vamos a tener todo el bienestar necesario para ser ‘felices’, ni todo lo que nos hacen creer en las publicidades que es fundamental para ser felices. Esa imposición de estar siempre bien —de ser espléndido, súper, sonreír, estar a la moda, manejar un auto deportivo— nos somete, nos corrompe, nos confunde, nos hace lo que no somos. Vivimos persiguiendo el bienestar, y eso paradójicamente nos da más y más insatisfacción. Tal vez pueda darnos un pequeño momento de aparente felicidad absoluta, pero se desvanece en muy corto plazo para  volver al círculo eterno de insatisfacción.

Vivimos corriendo tras un ideal ficticio que nunca alcanzamos.

No seamos ingenuos en pensar que a las empresas les interesa nuestra felicidad, lo único que pretenden es vender más y más. 

Despertemos de ese mito de la felicidad eterna. La vida no es sin sufrimiento, la mente no es sin los pensamientos que nos asaltan. En la medida en que aceptemos y demos la bienvenida a todo lo que sucede —sin luchar con lo que es, sin enojarnos con lo que no es— tendremos algo de paz. 

Cuando nos entregamos en cuerpo y alma a la vida, sentimos calma, tranquilidad; lo más parecido al concepto de felicidad que conozco. Y eso no lo da ningún auto, ninguna gaseosa. 

Los invito a que abramos nuestras mentes y nuestros corazones al fluir de lo que surja, sin que un ideal de ‘felicidad’ nos robe lo único que de verdad es nuestro: el momento presente. Y que cultivemos nuestro interior para acercarnos a los valores que nos representan. Cuando trabajamos con nuestros valores internos y armamos una vida de sentido, estamos más resguardados de quedar atrapados en la rueda interminable de la insatisfacción. 

Finalizo con una cita de Zygmunt Bauman, sociólogo, filósofo y ensayista polaco. 
“Pero sí que sé que, sea cual sea tu rol en la sociedad actual, todas las ideas de felicidad siempre acaban en una tienda. El reverso de la moneda es que, al ir a las tiendas para comprar felicidad, nos olvidamos de otras formas de ser felices como trabajar juntos, meditar o estudiar”.

 

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